A veces pienso en las
cosas que guardo en mi alma, en esos pensamientos que no me atrevo a decir por
temor a herir humores y por miedo a hacer el ridículo.
Aunque yo hago el ridículo
siempre.
Me enferma, literalmente, embriagarme con
ideas absurdas sobre aquello que simplemente no es. ¿Por qué divagamos tanto sobre
temas que no son? Vamos al concepto del ser, que no es sinónimo de existir. Por
ejemplo, imagino caos y situaciones ilógicas; existen dentro de mi cabeza y si
las exteriorizo (letras, música, trazos, movimientos) entonces existen. Existen
por tanto las pienso y las materializo, pero no son porque en verdad no
ocurren. ¿Podrían ocurrir? Quizás. No somos dueños del futuro, solo sabemos
hasta este segundo que el aire que respiramos es bueno, lo que hay más allá es
desconocido. Aquí es donde enunciaría la fe, esa ciega certeza de que Dios está
siempre con nosotros. Encuentro curioso que todo lo que hago me lleva a pensar
en Dios, en mi Dios bondadoso, creador de todo. No, lector, si usted es ateo no
me importa molestarlo porque yo profeso la religión católica con orgullo. El
tema, empero, de este texto no es juzgar ni meterme en aguas profundas.
¿Qué quiero con este
texto? Quiero gritarle a mi computadora lo mal que me siento, cómo me duele el
cuerpo: la garganta, los hombros, la cabeza, las piernas, el estómago, los ojos…
y cómo me duele la mente, cómo los pensamientos corroen las vías férreas por
donde corre mi impuntual tren de pensamiento, y cómo estas ideas tontas me
llevan a comportamientos lascivos. Quiero hacer ejercicio, pero me duele el
cuerpo. Quiero fumar, pero me da miedo empeorar la gripe. Quiero vomitar, pero
no quiero perder el dinero que gasté en comida.
¿Por qué? Porque tengo
miles de cosas por hacer y el tiempo se
agota. Porque son más mis autonegativas y regaños que las recompensas y
halagos. Porque no tengo medida de mis actos, me excedo y quiero enmendarlo con
cosas que podrían matarme. Persigo el amor de un hombre que, hace poco, se enteró
de mi existencia y desde entonces ha enviado señales confusas. Quito pétalos a
margaritas: me quiere, no me quiere, me quiere…
Todo confluye gracias
a mi habilidad para exagerar todo y creer que todo lo que dicen, o pasa, guarda
alguna relación conmigo, “¿que hice mal?”. Me sensibilizo con todos, menos
conmigo, le doy mi energía a todos y a miles de cosas. Dispersas.
Llevo casi una hora escribiendo esto, mi teclado no está en español y tengo sueño. Las cosas pendientes siguen estando ahí, pero mi descanso será prioridad (por los momentos). En la tele pasan You don't mess with the Zohan.
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