Ojos abiertos

En la tarde, a eso de las cuatro, cuando la gente ha salido de sus trabajos y casas para hacer las compras, o simplemente distraerse, me encontraba yo en un centro comercial de mi ciudad.

El nombre del recinto se aproxima a un accidente geográfico con tendencias acuáticas. Salía del cine cuando pensé en ir al supermercado a "ver qué hay", tradición neopatriótica consecuencia del régimen chavista.

Para llegar al súper había que transitar un pasillo que, de lado izquierdo, daba hacia el aire libre/estacionamiento, y por la derecha, hacia unas tiendas; al final, y justo antes de la entrada al mercado, hay unas escaleras y una rampa. Esta vez, nuevamente como consecuencia del régimen, estaban rodeadas de un gentío que esperaba su turno para sacar efectivo de un cajero automático. Cada peldaño equivalía a dos o tres personas esperando.

Lo que nunca pensé ver fue que, entre zapatos y bolsas en el piso, había un charco rojo y una mujer de cuya cabeza emanaba el líquido vital. Vi de reojo, no di detalles a la escena en ese momento porque mi atención fue dirigida hacia las bolsas de quienes salían del supermercado, pero vi que nadie la ayudaba.

Luego de entrar al súper volví en mí y pensé en mi conducta: estudio para servir a la gente, ¿mi función como ser humano no es ayudar al prójimo? ¿Acaso mis necesidades eran mayores que una llamada a Emergencias?

Volví a distraerme con etiquetas y productos con precios más altos que las nubes. Pero caí a la tierra cuando salí y la señora seguía en el mismo sitio donde yo la había visto por última vez unos 20 minutos atrás. El charco de sangre estaba más oscuro, la gente seguía en su cola, y las respectivas bolsas y zapatos de cada quien rodeaban lo que podría ser un cadáver o un ser humano que luchaba por sobrevivir; lo único diferente era un collarín y una mujer con un chaleco prestando auxilio.

Tenía los ojos abiertos.

Yo no, la señora tendida en el piso.

Mis ojos estaban tan cerrados y ciegos como los de todo el país. Hoy viví eso que tanto decimos "ya nos volvimos insensibles", tengo pánico de creer que el color rojo ya no perturba el corazón de los toros venezolanos.

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