Venezuela en metáfora

Hace años unos señores alquilaron mi apartamento y colocaron clavos en las paredes de toda la casa para guindar cuadros pintados por ellos mismos. No había cuidado en la colocación: sin orden, unos más altos que otros y sin sentido estético.

Cuando por fin pude desalojarlos del apartamento, descolgué los cuadros pero quedaron los clavos. Algunos los saqué fácil con el martillo pero hay otros que, a pesar de haber usado las herramientas apropiadas, no salieron. Es más, de tanto esfuerzo les rompí la cabeza y quedaron incrustados en la pared.

Para sacarlos busqué otras herramientas, pero ninguna funcionó. Luego intenté sacarlos manualmente y terminé con las uñas rotas y ensangrentadas, mi desesperación por devolver las paredes a su estado original me llevó a actuar de manera irracional.

Esperé que viniera alguien a ayudarme, llamé a varios especialistas y quedaron en reunirse y, si lo ameritaba, encargarse de la situación. Mis hijos, obstinados de la presencia de los dueños anteriores en algunos rincones de la casa, decidieron aplicar su fuerza e inteligencia para sacar esos clavos tercos.

Aún están ahí incrustados en la pared, impidiendo que se reajuste la estética, orden y equilibrio que antes se reinaba en la casa. Espero que la presión de todos los miembros de la casa hacia esos clavos termine con el problema para siempre.

Una vez que salgan los clavos quedarán por un tiempo huecos en las paredes, pero más rápido que un santiamén entre todos llenaremos esos vacíos con cemento fuerte para que resista y se adapte a nuestros gustos.

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