Mucho de lo poco, algo de nada

Mi primer post del 2019, de este año que va a quinta velocidad, pero que de vez en cuando entra en reversa porque ha pasado mal la palanca de cambios.

Lo sincrónico no existe, la automatización se impone gracias a la rutina y a los planes que salen bien. Lo espontáneo y los objetivos fallidos se cruzan con el desespero y la mala suerte: nacer en un buen país, en una época terrible, que la vela encendida la apagues con un suspiro o que las olas rompan lejos de la orilla. "Isn't it ironic, don't you think?", decía Alanis M.

La película que puse para que me acompañara mientras hacía un trabajo de la universidad ya terminó, solo quedan los nombres y apellidos de todos los que estaban detrás de la obra maestra. Así son los funerales, ¿no? Tus amigos, familia, colegas e incluso profesores asisten para darle un último adiós a esa persona a la que ayudaron a construir.

Me encuentro, ahora, cual casa que se derrumba gracias a los efectos temblorosos del infortunio, mal terreno, vigas torcidas y unos obreros débiles. Son los escombros la esperanza del pobre, de conseguir algo para reparar y usar de nuevo; de advertir la riqueza que se tuvo hace tanto tiempo, pero que ahora es polvo. Todo es polvo: en el piso, la cara, lanzado al aire en festivales e incluso aspirado.

Me llegan ideas absurdas para construir oraciones: "Hoy cuidé un salón durante un examen", "hoy entendí la fragilidad que tiene el vidrio y la fuerza del papel", "hoy fui una actriz todo el día, improvisé" o "temblor de 5.0 grados fue registrado en el estado Sucre". Siempre he creído que los terremotos son augurios, Bolívar les puede hablar bien sobre eso (basta consultar a espiritistas o historiadores).

Quiero resultados inmediatos a partir de acciones repetidas, brutas y carentes de sentido. Quiero coser la cálida camisa que rompí en el invierno por abrigarme demasiado; quiero ver menos montañas y más valles; alejarme, irme, estar, acercarme... quiero mucho, pero muevo la mano para decir "hola" a los malos hábitos. Quiero, por supuesto, mover el meñique una vez más y sumergirlo en el baño de vino tinto que la fiesta de la reina del Carnaval permite una vez al año. 

No puedo cocinar, no tengo ganas de ver fuego ni sentir calor. No quiero saborear organismos muertos, que son preservados por el refrigerador (cual morgue). Creo que es tiempo de volver a ser orate, languidecer ante la inexorable realidad, a descuidar el riego de la planta para que se adapte a los cambios radicales, y para volver a ser lo que siempre he sido: una división entre 0.

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