Voyager

Mis lágrimas se comprimen al igual que mis oídos a medida que ascendemos. Dejo atrás la cabeza y la libertad; en las nubes veo lo que quiero, venga acaso un psicólogo a decirme lo contrario.

Imagino el día en que viaje a donde pertenezco (honestamente aún no lo sé). El teléfono funciona de espejo, refleja la luz del amanecer en su traje gris. Ahí está la costa, la había perdido de vista cuando empecé a ver solo las montañas de Cumaná.

Busco identificar algún accidente geográfico para ubicarme, ¿laguna de tacarigua? Sí, es la laguna. La veo claramente. Ya, entonces, falta poco para aterrizar. Voy por Miranda y las enormes nubes grises son monstruos que caminan hacia occidente.

Madonna retumba en mi cabeza para reducir el ruido de la hélice. Conozco los picos del guardián de Caracas. El tucusito de la cola va bajando. Quería fotografiar el Humbolt pero la ventana de mi asiento estaba sucia.

El descuido de lo más simple, ranchos sobre la montaña, preludio de regresar al terror y a la indignación.

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