Trago, licor de lágrimas, viajar al pasado

Ya es tarde, las estrellas me lo hacen saber. Perdí la noción del tiempo viendo fotos viejas de mi abuela y ahogándome en dolor. Solo puedo imaginar cómo habría sido la Caracas de su época.

Sufro. Me atormenta vivir y sentir la miseria al igual que otros venezolanos. Empero, me duele aún más pensar en lo mal que lo debe pasar toda esa gente que alguna vez creyó en un cambio (1999) y que ahora sufre, como todos, las consecuencias de ser ciegos. 

No los perdono. Sé que es por su culpa. Desgraciada ignorancia, desgraciado descuido, desgraciadas circunstancias, desgraciados lerdos que desconocían el fracaso inminente del “socialismo”.

La naturaleza, sabia lluvia, dio el preludio a lo que venía. No creo en el azar ni sé qué más bajo podemos caer...  esa oración me da miedo, la he escuchado desde que inició todo este rollo, y mire, lector, donde estamos ahora.

Preparé un cóctel con mis lágrimas, es momento de tomarlo. Les diré a qué sabe:

Amargo, desesperanzado, obstinado, harto, desesperado, triste, ácido, doloroso y confuso. Se deja colar. Quema mi garganta. Deja asperezas devastadoras en mi boca, es el sabor del fracaso.

Probablemente me embriague rápido.


Veo en las fotos un país diferente. Siento envidia y desdicha, ¿qué he hecho para merecer esto? Esta es mi peste negra, mi castigo por pecar. La desolación de las 7 plagas de Egipto, pero en la "Tierra de Gracia", es el asesinato de Patroclo, cólera indómita.

Mi mente se llena de imágenes con movimientos. De las fotos he creado videos imaginarios para poderme situar allí como personaje principal:

Camino por el boulevard de Sabana Grande, voy de compras a Sears, paseo en mi Impala por la ciudad más hermosa de Latinoamérica: "La sucursal del cielo". 

Bajo a la playa en la autopista más moderna, veo al avión más rápido de la tierra aterrizar en Maiquetía, observo también a turistas que desembarcan, en La Guaira, anhelando conocer esta tierra.

Voy amando y sintiendo orgullo por tener una nacionalidad que transpira respeto y admiración.

Veo los desfiles militares de Marcos. No me meto en la política porque sé que persiguen a quienes no comparten su ideal, pero, vivo mejor que nunca. Aprendo de los discursos de CAP, voy a lo mítines de Herrera Campins.

Puedo reír gracias a los comediantes que imitan a los presidentes en Radio Caracas Televisión, y nunca me pierdo los programas de Renny. Voto por Copei y luego por AD, en ellos encontré discursos que me invitaban a anhelar cosas mejores.


Veo crecer edificios y carreteras, compro los vinos y champán más caros. Puedo vivir en paz, estoy segura. Salgo a trotar a la hora que quiero, me saludan y dan las buenas. 

Voy de compras en centros comerciales que nada le envidian a Estados Unidos. Hablando de eso, tengo un pasaje para Miami y compro bajo la premisa tá barato, dame dos. Traigo regalos a todos mis amigos y soy la mejor anfitriona: doy las mejores fiestas, vienen mis compañeros y no les pido hacer una “vaca” ni les pido que traigan nada (ellos lo hacen por mera cortesía). Los modales y la elegancia se imponen sobre todas las cosas. Oh, el metro, el teleférico, Caracas tenía mejores maneras de movilizarse antes…


Me veo también en rendezvous en esta ciudad que permite y transmite amor. La gente es un tanto conservadora. No hay ese feminismo exagerado, solo romance de novelas. Rómulo Gallegos me firmó “Doña Bárbara” el otro día en la UCV. Estudio en “La casa que vence la sombra” es un símbolo nacional tan importante como el turpial o la bandera con sus siete estrellas. 



Vi cómo el pueblo encontraba alternativas para huir de la pobreza. Es un país lleno de oportunidades para quien realmente lo quiere. No encuentro en los discursos políticos temas referentes a la discriminación ni al clasismo...

 Vamos bien. Paseo por las plazas del este y del centro, voy a los museos, galerías de arte… intelecto, vogue y glamour. Me rodeo de intelectuales. Con ellos, y con artistas, voy al circo, a las obras de teatro en el Teresa Carreño o al Ateneo. El Teatro Municipal lo dejamos para óperas, y mucho más tarde, voy al Poliedro para ver a las bandas de moda deleitar a sus fans.


Vi lo bueno de Caracas, es decir, me quedé viviendo en el último gobierno de CAP.


Pasó el estado de embriaguez. Ahora despierto en el 2016 asustada. Veo cómo la gente muere de hambre, de rabia o por la inseguridad. Veo que se van y entiendo por qué. Yo también quiero irme. Quiero irme al pasado, conocer lo que fue Caracas. 

Deseo enamorarme tanto como mi abuela de su ciudad. Pero, ya a estas alturas, me queda muy poco qué amar de Caracaos, de La Tierra de Gracia, de mi nacionalidad.


Voy a servirme otro trago ¿quiere usted uno también? 


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