Cómo se piensa en una mañana intranquila

 Hoy amanecí con una crisis ansiosa; de esas que te llevan a correr por la casa, a trepar las paredes o arrastrarte por el piso como una mopa. Esta crisis no fue como cualquier otra. Viene de una fuerza quebrantable que, de alguna forma, aumentó y se mantuvo. El impulso es el clímax de cinco días. El impulso yo no sé de dónde vino, pero sé que se resguardó en la upper back. Escucho a Bach, pero no me calma. Me unto diclofenac, pero la certeza no relaja. Mi mente hoy es una laja: fácil de romper. Cualquier idea, cualquier estímulo me hace llorar sin disimulo, molestarme sin escrúpulo y asustarme sin escarmiento. ¡Qué sábado tan pesado! Pienso en Mecano. La interacción neural se siente como taladros en mármol. Como dendritas pasando sus uñas por la pizarra: tensión que amarra al lerdo al asiento. Pero en mi caso no hay quietud. Como quien guarda el reconcomio de toda una vida, o de una noche de birras, mi cabeza pasa sus miedos al cuerpo. Las manos me tiemblan, quiero escupir el corazón, mis piernas anhelan trote (pero afuera llueve). Y a la vez, he convertido mi cuerpo en un circo: sobre las clavículas un hombre con camprones viene y va; atrás, una gorda brinca y brinca sobre los trapecios. El reto final: salto de un hombre con una vara en llamas desde esa escalera recta llamada cervical. Aquel espectáculo de fenómenos me urge a correr en búsqueda del collarín, a enrollarlo como bufanda y que me contenga; que me ayude con el peso de mis pensamientos. Pero no es suficiente. Sigue el tercer round de mí contra mí: boxeadoras de enjambre. Puños de hierro, alambres. Es hora de bailar, solo si nadie me ve; es hora de sacudirme, de creerme Yolanda Moreno. Pongo la música en estéreo, pero no hace efecto. Unas seis canciones retro y nada, no mejora. Agoté mis prestaciones sociales. Ahora voy por un préstamo a la ciencia: busco en la despensa la caja con pastillas rosadas. Verifico la fórmula y me dejo vencer por la gula de mi alma, o su debilidad, su incapacidad para controlarse. Ahora que caigo en el adagio, significa que el litio hizo algo. Tengo sueño, pero me duele el cuerpo. Tengo sueño, pero hay quehaceres. Se fue el agua, pero llueve en mi ciudad. Cierro los ojos y veo el azul que va de norte a sur. Me fijo en el horizonte y huelo el salitre. Siento el calor de la arena y me da pena porque se me infla la cabeza. Y que estas líneas con rimas mediocres, con ideas superfluas y sin párrafos claros son un reflejo de cómo coño pienso.

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