Aquí y ahora

 Ayer sufrí el, hasta ahora, ataque de pánico más fuerte de mi vida. Estos, empero, no me son extraños. Los he tenido desde hace años. Pero han escalado en cuanto a intensidad y frecuencia. Probablemente debería estar escribiendo un artículo que tengo pendiente, mis guiones para el diplomado, o leyendo un libro sobre arte contemporáneo para otra clase que estoy tomando. Pero esto fue una recomendación de mi psiquiatra. "Escríbelo. Cuenta lo que pasó", dijo. Aunque eso me lleva a Goethe y los monstruos. ¿Esto es un monstruo o un miedo?

Pues bien, sufrí un día convulso psíquicamente hablando. En realidad, no estaba pasando mucho en el aquí y ahora. Solo tenía algunos pendientes, nada fuera de lo ordinario. Luego de almorzar, tomé café (negro) para quitarme un dolor de cabeza que cargaba desde más temprano. No le di demasiada importancia, tampoco tomé un analgésico porque no lo creí necesario. Luego, me pase la mano por la cabeza y sentí que estaba como adormecida. Era igual a cuando una liga aprieta el cuero cabelludo  y corta un poco la circulación sanguinea. Pensé que me daría un accidente cerebrovascular, un infarto o algo así. En ese instante comenzaron los pensamientos catastróficos.

Intenté calmarme, pero el sentimiento de que moriría allí mismo solo crecía. Intenté ubicarme en el espacio y pensar en las opciones que tenía: ninguna. Estaba sola en la casa, mi mamá en el trabajo y la única vecina que conozco no estaba. No sé qué hacer en caso de emergencia. No sé cómo tomar el transporte público (aunque esto era imposible porque ni siquiera sé dónde quedan los hospitales, ni llegaría a la parada del autobús sin antes desmayarme por el calor apremiante), tampoco tengo teléfono para llamar al 911  o dinero en efectivo. Me sentí desamparada. 

Lo primero que hice fue tomar agua. La sensación fue terrible. Náuseas. Cuando entendí que  el ataque se había salido de control fui por un alprazolam que guardo para casos de emergencia. No tomo ansiolíticos desde marzo cuando comenzó la cuarentena, pues la reserva solo alcanzaría para un par de meses. Claro, esto lo hice bajo control de mi médico en Caracas. No estoy en mi país y conseguir un récipe implica ir con un doctor nuevo y explicarle todo... Y como desde hace tiempo estaba por quitarme las benditas pastillas que tomo desde que tengo 20 años, supuse que era la oportunidad ideal para quitarme esos químicos. 

Quería correr, escapar de esa realidad que construía mi mente y que mi sistema nervioso creía real. Ese es el problema, los pensamientos se traducen en síntomas físicos y ahí todo se desmorona. Sé que cuando me dan ataques de pánico debo pensar racionalmente: esto pasará, es normal, todo está en tu cabeza. Esta vez, nada de eso aplacaba los síntomas. El corazón lo sentía hiperacelerado, no podía respirar bien, estaba mareada y mis músculos adormecidos. Vaya contradicción, es un momento de adrenalina y el cuerpo no sabe qué hacer con tantas señales opuestas. Me lancé a la ducha. El agua caliente solo empeoraba el adormecimiento. Sentí más miedo todavía. Recuerdo que me persigné bajo el agua y pensé que si era mi momento, que al menos Dios me perdonara. Salí corriendo de allí solo con una toalla. Mojé todo el piso de madera, casi me resbalo. Subí y bajé las escaleras un par de veces y grité como si pidiera ayuda al aire. Me sentí como en un desierto. 

Llamé a mi psiquiatra y tampoco. Luego busqué a quien fue mi psicóloga hace años, nada. Le marqué a mi mejor amiga y respondió. Creo que la asusté. Mi saludo fue superagitado, prácticamente no podía hablar. Le expliqué mi situación y pedí que me contara sobre su vida. Quizás prestándole atención a ella me calmaría. Nada cambiaba. Quizá si hablaba por videollamada y la veía me distraería aún más. Y por un momento sí. Luego volvía el terror. Era como un vacío  profundo seguido de una velocidad extrema que conducía mi mente a lugares fuera de este mundo. Mi cuerpo ya había chocado con las paredes mentales y estaba ahí desmoronándose. Le pedí disculpas y colgué la conversación.

Desesperada, intenté contactar a mi psiquiatra un par de veces más. Pero como creía que lo mío podría ser algo más que un ataque de pánico, marqué el número de una psiquiatra que me atendió hace años. Tenía que descartar el infarto o el ACV. El adormecimiento de mi cabeza se extendía a mi cara, a mis piernas y brazos. ¿Qué pasaba? Busqué la respuesta con la Dra. V que me atendió al tercer "ring". Le conté todo lo que pasaba, por supuesto le pedí disculpas por lo inusual que podría parecer eso, pero en el momento sentí que era una emergencia. Ella me fue guiando con una serie de preguntas básicas, supongo, para descartar otras condiciones. Recomendó que me acostara y respirara. También dijo que levantara las piernas para devolver la sangre a la cabeza, como cuando se baja la tensión. Que, hablando de eso, cuando estaba en pánico también pensé que podría ser una baja de tensión y me comí un pedacito de chocolate. Eso empeoró todo. El azúcar es amigo de la ansiedad.

Colgué la llamada, hice lo que ella recomendó y por unos minutos sentí que estaba bajando un poco el miedo, la tensión, los pensamientos catastróficos. Pero siempre volvían. Ya para este momento llevaba una hora en crisis. Llamé a mi psicóloga-amiga porque necesitaba hablar con alguien de extrema confianza y ella, que conozco desde hace más de 8 años, era la persona ideal. Sí atendio. ¡Qué fortuna! Le conté todo y se quedó conmigo en el teléfono haciendo unos ejercicios de respiración. Cuando colgué el teléfono sentí que realmente estaba bajando la sensación de pánico, y los pensamientos buenos ya se acercaban al presente. Además, la pastilla empezaba a hacer efecto. 

Cuando ya me sentí bien fui a tomar agua. Esta vez fue normal. Ya no estaba adormecida ni creía que moriría. La razón y la calma volvieron. También mi mamá regresó. Le conté todo y se preocupó mucho. No me gusta contarle lo que pasa porque sé que se siente mal al ver que no puede ayudarme. Se frustra y eso me hace sentir culpable. 

Lo más grave de estos episodios es su carácter inesperado, sorpresivo. Qué ingrata es la mente que, después de tanto cariño y esfuerzo que he puesto para ordenarla, me trate así. Sin embargo, no me preocupan los pensamientos catastróficos, con el tiempo he aprendido a atajarlos antes de que mi cuerpo los traslade a una faux, pero terrible, alerta. Esto fue diferente. Si bien irse del aquí y ahora es lo que desencadena un ataque de pánico, la parte física es lo más fuerte. Me sentí indefensa y muy débil. ¿Cómo es posible que yo pasara por algo así si no hay nada que me esté estresando? Pues bien gafa soy si creo que estoy en un perfecto estado de relajación y bienestar. 

Hoy lloré mucho. Muchísimo. Me sentí culpable por lo que pasó (aunque la razón explica que los ataques de pánico son espontáneos y muchas veces de origen desconocido). Da miedo, indiscutiblemente, que esto pase de nuevo. Lloré por todo lo que implicaron esas dos horas. No hay mucho que pueda escribir que le haga justicia. Por favor, esa despersonalización, adormecimiento, pensamientos catastróficos, hiperventilación, palpitaciones, frío y después calor, dolor en el pecho, ahogo y ganas de sobrevivir que produce un ataque de pánico solo las puede entender alguien muy sensible o que lo ha sufrido alguna vez. 

¿Es solo miedo al miedo?


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