La persecución marítima.

Lilliam Abreu 《Sin título》



La despedida fue muy breve. Se dijeron adiós en el muelle, le viste embarcar y lentamente alejarse de la orilla. 


Permaneciste en la costa por un tiempo. Pensabas que estando cerca del mar, sintiendo la brisa llena de sal y arena en tu rostro, estarías próximo a él. 

Subías por la recién inaugurada autopista, pasaste por la Caracas que tanto recuerdas y que te abrazó con tanto ímpetu. Te esperaban en casa tres sonrisas inagotables que con solo verte surgían. Fingías alegría, no podías mostrarte débil y mucho menos lego frente a una vida de auto-arreglos.

Las llevabas y traías, a tus hijas. Ni siquiera ellas sabían dónde estaba su padre, a dónde se había ido. Sabías que era una de esas misiones que suponen un posterior reconocimiento. Era ya él un gran Capitán. No pudiste impedir su partida, ni con l
ágrimas amargas en tus ojos verdes. Ni con un abrazo de despedida; él sabía a lo que renunciaba.

A bordo le llamaban "Capitán León" tu le decías "Mi amor". Vaya comparación... 

La mugrienta proa, el horizonte y el sol se ponía hacia adelante. La embarcación iba hacia el atardecer, al oeste. Las noches eran de atención y alerta, los marineros lo llamaban para atender las tareas mayores. No dormía y se le veía junto a la cocinera, "La Bruja", como se le conocía en Punto Fijo. Era la única persona con quien podía hablar sin que su estatus se viera afectado:

-Cómo la extraño, doña. No tiene idea de lo mucho que añoro las tardes en compañía de mi esposa e hijas... quiero que este viaje termine pronto.
-Las velas van siempre hacia donde el capitán manda. Usted tiene la potestad de regresar.
-Doña, sabe que no puedo irme sin cumplir la tarea, es un deber con mi nación, no es negociable el regreso tan pronto.
-El mar se ve muy calmado para estar en junio, ¿no le parece, Capitán? Quizás debería enviarle una carta o llamar a Caracas, digo yo.
-Pero, vamos llegando a La Guajira, estamos en Alta Mar, la costa esta muy lejos todavía. 
-Como diga, Capitán. 

Una carta, eso era lo que necesitabas para calmar la zozobra. Te repetías y esperabas jamás ver olas tormentosas llegar a su barco. 

Una noche, una vez que las niñas se habían dormido, fuiste con Laudy, la muchacha de Nueva Orleans en Caracas que te leía las cartas. La que te decía todo lo que el futuro agoraba. Ahora que lo pienso, ¿por qué no fuiste mejor a la iglesia? 

-Laudy, bonsoir. 
-Bonsoir madame!!! ¿Cómo esta usted? ¿Cómo le va a su marido en el mar? Le extraña mucho, ¿sabe usted?
-Me imagino que sí, Laudy. Por eso mismo vengo, lleva semanas sin escribir ni llamarme... ¿y si se ha quedado varado en el mar? quizás se consiguió a una Coreana y me ha dejado para siempre...
-Nada de eso señora... nada de eso, deme su mano. 
- CAAAAAAAARREEEEOOIU DES SPRITS SONT LAAAAAA!!!! Donne moi votre mots!!
como me lo esperaba... 

-¿Qué, que ha visto? ¿Me ha dejado, no es así? 
-No, ooh la la... él la ama, le extraña más que usted a él. Extraña con locura a sus hijas también. Lo veo frente a la costa escribiéndole... le vi hablando con una mujer negra... 

Le pediste, le rogaste una manera para ver lo que Laudy veía en tus manos. Te dio una fruta y un collar de oro con hierbas dentro de un cristal esférico. Te pidió que te lo pusieras y comieras la fruta cuando sostuvieras en tus manos algo de él. Cualquier cosa. Ya lo verías.

Doce de la noche, en casa únicamente alumbrada por la luz de una vela, hiciste lo que Laudy te pidió. Lo lograste. 

Te viste detrás del barco, en forma de sirena te acercabas a estribor, donde él se encontraba generalmente dándole direcciones a los marinos. Le sonreíste y te vio, te gritó y llamó por tu nombre. Se lanzó al mar sereno y te abrazó. En sus brazos te llevó a la orilla, era el muelle donde lo viste por última vez. Los marinos nadaron, lo buscaron y le llevaron de vuelta al barco, ellos no te vieron, te dejaron secar en la orilla. No se dieron cuenta de tu forma de sirena. 

Una y veintiséis, llorabas frente al espejo y tomaste un Rosario, lo rezaste completo, no hubo pausa ni duda. 

Luego de la lluvia, casi al del amanecer, unas nubes gigantes se postraban inertes al Este. Hacia la Popa del barco. Se paró frente a ellas y le recitó un poema famoso de Los Andes, de Trujillo.

Le imploró a las nubes, le lloró y cantó a la más azul de ellas, la nube que tenía tus rasgos. Imposible confundirlos con otra persona, eras tú encarnada en nube. Te llamaron los marinos y el Capitán, "El Susurro del barco, La Mujer del amanecer, La Musa del perdido y del triste". 

Desapareciste de la popa cuando el sol llego al cenit y el barco encalló en las costas de la Guaira, le esperabas en el muelle con tus hijas. \

Se abrazaron y prometieron jamás estar separados por tanto tiempo. 

Fue como si nada, más que breve, fue un suspiro de junio y, a las brujas de Punto Fijo y Caracas, se les vio quemando sus penas en la Plaza Bolívar. Ambas quemaban también las cartas no enviadas de marineros errantes y esposas tristes. 





Comentarios

Publicar un comentario